Hay un gran elefante rosa en la habitación de las llamadas ciencias sociales o humanísticas que no nos está dejando respirar: la psiconormalización o epistemonormalización. Es decir, la hegemonización, tal vez constitutiva e ineludible, de nuestra episteme; aquello que hace posible la comunidad tal y como la conocemos y nos permite sortear una identidad absoluta inaccesible, homogenizando estados relativos. Considero que, acercándonos al «fin de los tiempos», es tarea de la filosofía desmenuzarla, emanciparla y adaptar su perfil anómico a la apertura de cada ser.
Cuando hablamos de «fin de los tiempos» no hablamos de jinetes y tierra en llamas. Hablamos de la aceptación acerca de la alteridad absoluta del devenir real y, con ello, de la negación acerca de la posibilidad de progresión o función lineal en lo que respecta a la episteme y a la presencia. La función de existencia o estados, en sentido general, es dispersa, tanto en planos espaciales como temporales. Entonces, la presencia epistemológica en la que nos asentamos, no se encuentra en espacio ni en tiempo; lo real se desfasa en indeterminación, un pliego que se repliega anómicamente. Hoy en día, podemos observar su manifestación, unificada, en dispositivos técnicos e institucionales que funcionan.
Creo posible afirmar que, la apertura resultante de dichos dispositivos, se comporta como parodia; materialidad repetitiva dispersa que se podría manipular mediante tecnicidad: algoritmos epistemológicos de pronto análisis y restructuración con aromas de hic et nunc. (La tortuga de Zenón nos muerde los tobillos.) La física cuántica avanza en ese camino y el machine learning brinda las primeras herramientas rudimentarias de manipulación. Por este motivo, podemos reconocer este nuevo paradigma epistemológico en nuestros dispositivos que, mientras escribo estas líneas, profundizan la crisis en los grupos de interioridad edificando la parodización directa en la exterioridad. Bajo esta concepción, algunos han visto a un turista.
Para comprender la naturaleza de esta parodización de claras raíces epistemológicas, debemos apelar a la postdisciplinariedad, rechazando la concretización epistemológica clásica como guía y abrazar la dispersión y alteridad constitutiva. La técnica, en su actual reticularidad de alcance mundial, se encuentra esperándonos allí donde, la estética, en concretizaciones anómicas, ya se encontraba. En este plano de análisis, la mencionada concretización epistemológica clásica o académica, podría ser reconocida como psiconormalización: LA inteligencia artificial por excelencia. Atenea, égida en mano, monopolizando y volviendo piedra el arrebato seductor; inteligencia persuadiendo a la necesidad; punta de lanza teleológica divina.
Por último, deberíamos comprender que la alienación es constitutiva de nuestra episteme y la episteme es constitutiva de la inteligibilidad de nuestra presencia. Esto ayudará a comprender nuestra apertura, nuestro modo de existencia y su amplitud transindividual.
(Marzo 2022)