Permanencia espacial y temporal de la especie

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El viajero ha descifrado una verdad: el Ser es asexuado; la sexualidad como orientación es especulación lingüística basada en un actuar porcentual, tal y como sucede con el género y lo que genera y muestra.

La sobrevivencia, su guion y escena, bosqueja un apetito primitivo concordante como puente para la continuidad de la especie. Sin resoluciones tecnológicas, el falocentrismo y la cuantía, eran la bandera de permanencia, la cualidad y su reconocimiento, un sistema de marcha permanente que abrazó procesos acelerados de evolución en extremos selectivos. La evolución esconde en sus fauces la desensibilización de la reproducción y el descarte. Instinto, apetito, moralización – del proceso -, normalización; libertad y comprensión.

Más luego, de forma sapiensal, al reconocer el cuerpo y el ciclo natural como propios el Ser explora la elección sin peligro de continuidad con similares características de la alimentación y el abrigo innovado. La supravivencia suele apuntar a una automatización no limitante devenida de aquella evolución, encontrando variables para subsistir en tiempo y espacio, creando una nueva naturalidad; binario.

Lo sexual dejó de captarse como un instinto primitivo de supervivencia espacial para ser una tendencia primitiva automatizada. Sin embargo, seguimos pensándolo, dentro de la complejidad de lo racional, como la unión de la bifurcación del para qué y el porqué del acto primitivo: lo reproductivo y lo placentero, dejando como posible vinculante, no invalidante, a lo afectivo. Éste tiene un papel irrefutable en la permanencia espacial y temporal siendo el lazo afectivo primario, individual y puro entre la gestante y cría, su base.

Una vez asentada la continuidad espacial de la especie se pasa a plantear una serie de amenazas y normas de convivencias para lograr una continuidad temporal: la armonización (unión afectiva) plural-individual de la especie, uniones afectivas primarias trabajando en red, equilibrios de poder para la sobrevida de la especie; jerarquización. El lazo afectivo primario, aquel que otorga sobrevida a la cría, es el inicio de la jerarquización genética por descendencia; el donante y su vanidad siempre adoptan, aun cuando sea uno de los procreadores, creando un lazo afectivo secundario, el cual, con el tiempo, reemplazará al primario.

Luego, dentro de esa unión afectiva global-individual catalizadora, al reconocer la elegibilidad de las acciones, el individuo puede imponer su propia satisfacción – no equitativa – a través de rangos jerárquicos y una emulación equilibrante del Pathos Natura creando normas sin demasiada coherencia «establecida»: las satisfacciones -tendencias sociales-. Éstas, dentro de lo global, son directa o indirectamente contagiadas a través de otro lazo afectivo, el terciario: algo que nos afecta de una u otra forma a nosotros o al entramado del que somos parte.

Entonces nos encontramos con otra tendencia primitiva modificada que se divide en dos vertientes dejando como posible vinculante y no invalidante, a lo afectivo. Control, imposición, normalización; procesos acelerados selectivos modificados. La separación entre elección, tendencia e instinto es la temporalidad y tecnología; no existe la permanencia en el tiempo si el espacio no consigue su armonía.

© 2006

Nota: Ni la selección genética intuitiva primitiva de lo sexual ni la discriminación de lo afectivo es primordial en un ser que se conoce y reconoce. La invención del linaje ha conservado genes que de otra forma hubieran sido olvidados dentro de la selección natural de la común-unidad; la vanidad, por encima de todo propiedad y recuerdo. Escalaremos lenguajes hasta el momento cuando el ser humano separe lo sexual de lo afectivo y luego lo afectivo de la supervivencia. Será entonces cuando desaparezca lo aleatorio de la reproducción para la permanencia espacial. De todas formas, exigir la pérdida de nociones afectivas o placenteras a un ser que no ha evolucionado para comprenderlo es un retroceso en la sapiencia y la refutación de su captación en los que ejercen la exigencia.

Hoy, el Estado – u otras formas de control y equilibrio de satisfacciones – no está preparado para manejar ese instinto afectivo primario y, en un futuro, podría tornarse peligroso.