Noción 2: Responsabilidad existencial


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Hace tiempo descubrí la responsabilidad de la existencia tangible, concreta y real. Este último concepto, una vez aprehendido, rebasó mis pensamientos cotidianos, al notar que puedo llevar a cabo las acciones diarias con total naturalidad, pero, cuando piden indicios de mi existencia, resurgen remotas dudas: ¿cómo afirmarla para el exterior? Acaso… ¿es esto necesario? En ocasiones necesito la prueba del espejo, el disfraz de su reflejo al verme, el estudio de mis movimientos, mi espalda encrespada.

La meditación se perdió en cierto punto y hasta allí llegué para también perderme y vacilar una hipótesis enfermiza: no sobrevivimos ni vivimos, sino que supravivimos. Confío, una vez más, en aquel concepto tan delgado como el cristal de mis lentes para ver de cerca, un zoom necesario para comprender la existencia, sus detalles, equilibrios y desequilibrios: el ser se encuentra “Gozando La Armonía Superflua de la Supervivencia”.

Perdida mi vista y pensamientos por una ventana, soñé que buscamos razones para disfrutar de algo que en realidad no necesita ser buscado porque nos fue dado desde el vamos.

Sin embargo, en algún momento, le han añadido un valor agregado ilusorio, desperdigado en susurros y solicitado a gritos que necesitamos buscar cómo cual concepto matemático perfecto disparado desde una conciencia ajena sin comprender que solo donde existen convenciones existe la perfección. Lo sabemos, la perfección es el capricho de lo convencional. Claro está, en lo aleatorio lo perfecto es lo que sucede, siendo las consecuencias inicios únicos para el fin desconocido y predicho desde la correlatividad. Así es como la existencia por naturaleza es una supervivencia mientras sobrevivimos por el hecho de necesitar y vivir.

Esto conforma la base y comercio de la vida social: delegar necesidades en siervos para consumir el tiempo en trastos supravivenciales que mantienen en vilo una rueda de frustraciones, falsas expectativas y logros de poder tirano, altamente concentrado. Para que dicha rueda gire, ineludiblemente, debemos creer que todo aquello es posible cuando, en realidad, está pensado en forma de embudo, siendo inalcanzable su cima debido a la inexistencia del camino, mutando solo en lo que sucede y siempre sucedió.

¿Qué papel le quepa a la razón en tal anestesia? Ninguna, ya que ella es la gran creación, el gran infierno que nos han donado en caridad nuestros antepasados sapiens. La realidad lleva impreso el predicado, nos habla en primitivo lenguaje, en su cruda manifestación. Recordemos que la grata evolución del ser humano fue a sangre y sudor de algunos pocos, necesarios y que no fueron consultados. Es relativamente nuevo intentar ser racionales.

En los niños se redescubre la vida social en tabla rasa: la sorpresa, el agua, el viento, la lluvia; los colores, la risa, el llanto, la confusión; la conexión única y unísona con la creación, anterior a las pertenecías de control y caos. La visión se despoja de esa crisis llamada existencia, de la inculcada responsabilidad de existencia.

Mientras la vida se presenta tal y como es, nosotros, consumando una falta total de cortesía, ponemos en duda y limitamos su naturaleza, anestesiándonos de belleza y singularidad constitutiva, agudizando diccionarios.

Oremos que no todo es un laberinto, solamente el pensamiento articulado, aquellos de espejos y los de arbustos colosales.

Maldito silogismo.


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