¿En qué fundamentamos a la realidad como tal? Si vivimos en una realidad codificada y procesada, ¿cómo podemos afirmarla como correcta?
Este es, si mal no lo recuerdo, la primera noción nacida o, mejor dicho, florecida de un diálogo real, los participantes: Primavera y el Escultor, ese que ahora esculpe edificios.
«Vivimos en pasado» dijo el que lleva la profesión de Fidias, «la vida, el vivir, es presente, nosotros la pensamos en pasado» dije yo; pero, como dice la introducción de este segmento, pensamos la vida, «vivimos pensantes», por lo tanto, ambas partes, tal vez, se encuentran favorecidas.
El presente apabulla al ser humano que necesita convertirlo en sustantivo para captarlo, por eso mismo es imposible catalogarlo como correcto, ya que colocamos cosas nuestras en su captura, le colocamos atributos, atributos aprendidos, lo cual puede dejar afuera millones de formas o atributos que no podemos aprehender.
Esto redondea la imposibilidad del conocimiento certero, no vemos la cosa como es, no como acostumbramos, no como lo hacemos o creemos hacer cotidianamente.
Vemos miles de cosas que nos parece que son porque ya las asimilamos, porque nuestra evolución nos lo permite. Vivimos de recordar conceptos ya captados, entonces sí: vivimos en pasado, en coordenadas que crean un tiempo y espacio al objeto y nos encasillamos en él antes del procesamiento.
Entonces, «Vivir en pasado» repercute en la memoria – ¿vivimos de memoria? -, nuestra psiquis ausente se encuentra allí, acarreando tormentos al presente; acosándonos por hechos que fueron o se perdieron en el casi o deseo. Continuamente, al accionarnos, al interactuar con el mundo, vivimos en recuerdos instantáneos. Cada acción se convierte en una expansión, por compromiso, de lo vivido. Vivimos prisioneros del recuerdo, cerrándonos a la oportunidad de salir del círculo, al menos una vez, para recomprendernos.
La vida se lleva a cabo en presente –obligadamente presentes -. Allí se concibe el quiebre, donde lo que sabemos o lo que recordamos, el consciente e inconsciente y el Ser y No-Ser entran en duda por discordia con lo establecido -mecanismo basado en obviedades convenientes de nuestra mente y sociedades-.
Al fin comprendo que, por lo menos en mí, la agresividad de exigir al cuerpo mecánico – ¿socialmente mecanizado? – resultados espirituales-químicos más allá de sus límites, es tortura. Debemos escucharlo, aprender a manipular sus conceptos y cuidados básicos –comprendiendo que el básico difiere entre usted y su ser más cercano- sin olvidar que hasta para el más progresista y solidario, aquel que se sale del común por el actuar y su virtud -fuera de la intimidación aprendidamente humana-, es molestia.
Nos han cimentados para mantener en pie a la media; la adoramos y reprimimos lo que escapa de ella. Al encontrarse fuera de competencia, el virtuoso pasa a ser un escollo que aprovechar o desterrar. No existe la aceptación de las capacidades diferentes sin que esto sea un problema, una explotación o un espejo para la vanidad.
En el valor de cambio lo que no tiene precio pasa a despreciarse.
© 2007
Nota: Nuestra forma de interacción mente-realidad-cuerpo no es directa. Vivimos recordando lo que paso, porque
antes de que se perciba, piense o actualice, la información ha pasado. Vivimos como pensamiento sin reconocernos, sin alcanzar el equilibrio dual: el del Ser y sus estados.