¡Cuesta tanto diferenciar la realidad de la fantasía en la planificación! ¿Será por no superar objetivos? ¿Será por no querer superarlos? ¿Será por creer que no se pueden superar? ¿Será que debemos dejar latentes los objetivos para nunca cerrar el deseo que nos llevó a plantearlos? Apuntar alto suele ser una excusa para no pausar el tránsito. Crear objetivos será excusa para mantenernos ocupados, mientras todo pasa.
Baso este delirio en dos preguntas: la primera, la simple: ¿mi vida es real? Lo que, es decir: ¿existo? – ¿qué es existir? ¿cómo se existe? -. Las respuestas, a priori determinantes, conllevan negatividad o positividad extrema, la seguridad en este punto es sospechosa y, no comprender la diferencia entre realidad y trascendencia, suele causar conflictos.
Nuestra formación necesita de la victimización para acaparar la fantasía de futuro para comprenderse y limitarse, controlarse y unirse, afligirse y consolarse; para pensar en superación, curiosamente en nuestra cultura, todo suele –y debe- ser penoso. Para cumplimentar como real los ideales planteados en la formación de la psiquis, lo social y su lente, para ver, probar y creer en cualidades especiales. Todo debe ser exigente, -mercantilmente- merecido, extenuante; culposo. «Seguí intentando», «seguí participando». Esfuerzo, resultado. Vagancia.
En lo positivo tememos el estancamiento y acatamos, como medio de superación, lo negativo. El crecimiento sigue siendo lineal hasta que lleguemos a la ladera de la montaña y, de a poco, escalemos sus vicisitudes para llegar al nous completo, último.
Llegar, ¿a qué? La sensación de cumplimiento tal vez cause satisfacción, pero no es más que una correlación de hechos devenidos en un final, en este caso, deseado y aceptado –o solicitado– socialmente, con mayor o menos amplitud.
Ni las satisfacciones ni las frustraciones deben manejar nuestras vidas, sin embargo, manejan lo social y nos ahogan en sus vicisitudes, perdiéndonos en un remolino que consume nuestro tiempo, en necesidades heredadas para llenar un vacío que no tiene fundamento de existencia más allá de ocupar nuestro tiempo y mantenernos equilibrados en la inacción.
Se vive con antónimos y sinónimos; demasiado igual o demasiado extremo. La realidad suele ser simple, tanto que escapa del entendimiento, logra cifrarse, tal vez por la no necesidad de ser entendida –estudiada-, tal vez por la necesidad social de cifrarla para la negatividad, base de superación, de la aceptación de la jerarquización de estándares para apaciguar lo positivo de la igualdad in natura, del crecimiento acelerado pautado por algunos pocos comensales.
Cuanto más hurguemos en estudios, más se abrirá el abanico de las posibilidades y algo que era tesis y antítesis, dejará de serlo para convertirse en dieciséis tonos diferentes.
La segunda pregunta es ¿por qué tal o cual cosa no es real? ¿Qué denota si algo es vívido o no? ¿La sociedad, la masa, el individuo? Nada denota lo vívido. Cuando algo se siente real deja huellas en el pensamiento y, ¿quién puede negarnos como real algo que para nosotros fue real? Locura.
Aquí nuestra mente pone el límite, ¿hasta dónde lo sentimos y vivimos como real?, ¿qué nos ayuda a superar si es real?, ¿qué nos ayuda a ocultar si es real? Y lo más perturbador: ¿a qué suplanta si es o no es real?
Lo vívido es lo que nos hace actuar de cual o tal forma, real o irrealmente. No hay diferencias, solo identidad, sin renunciar al mundo con el que estamos conviviendo. El ser es solo uno; lo vívido / vivido es millones, la mente, miles y las acciones, cientas; las circunstancias y los mundos son infinitos; y el ser sigue siendo uno. Debemos retomar, reconocer y aceptar nuestra identidad; recuperarla de la reprensión. Natural.
Si algo se siente real, es que lo deseamos o aceptamos como real. El disparador llega por si solo: ¿nos falta algo o deseamos que nos falte? ¿Qué ganamos o perdemos con eso que nos falta? Si realmente nos falta algo y queremos conseguirlo, tenemos un objetivo, algo porque demostrar pasión, algo que nos sumerge en el mito social de las metas por concluir.
El punto está en saber distinguir que es lo que queremos realmente y que es lo que socialmente queremos; que es lo que creemos que la sociedad nos pide y que realmente nos pide – ¿debe pedirnos? -. Nuestra exigencia social suele diferir de la exigencia social real ya que la exigencia social suele explotar en exageración irrisoria para no pensarnos como seres limitados ante la virtud ajena; nos quiere estáticos, sumergidos en el ciclo de negatividad y positividad, en su corriente alterna, negándonos objetivamente y variando el enlace; cortocircuitos.
¿Mi vida es real? ¿Porque tal o cual cosa no es real? La respuesta está en el mismo lugar que lo duda, en nuestras mentes. Tal vez sea real desde el engaño y ese engaño produzca crecimiento para la actualización total de lo uno.
¿Se puede vivir en continua dependencia de la constatación de lo uno para saber que es real o no? Para esa certeza -o intento de certeza- son advertidos y utilizados los paralelos de tiempo y espacio, la correlación de acciones; nuestra herramienta de captación en continua y silenciosa evolución.
La vida es una correlación de hechos, solo en nuestra psiquis social existen los parámetros para que encontremos la satisfacción o la decepción.
© 2007