Se dice entre los pasillos del Akásico que los elegidos son aquellos que no eligen ser elegidos, aquellos que evitan encarcelar sentidos mediante rugidos solapantes de voces y opiniones; aquellos que luchan por armonía, de índice escondido en puño apretado; viven y reviven resonancia e ideales desde la pureza de lo cotidiano.
Dicen que la duda es la base de ese camino, principalmente aquella dirigida al fervoroso que busca elegir y ser elegido, gritando que la verdad les pertenece, olvidando el Todo en armonía; los de índice erguido o acusante.
El fervor político, ese que nos enceguece, es algo insólito en un Ser que busca ser Deus o luz. El fervor a especulaciones lingüísticas basadas en especulaciones de poder nos vuelve vulnerables y avaros de comprensión, un intermitente neón reciclable.
La valoración desmedida es pauta de afán desmesurado hacia la vanidad y la búsqueda de ser o pertenecer a lo diferente, que es lo mismo.
La veneración fanática, que concibe y fortalece a aquellos elegidos, es la que termina convirtiendo a las personas en ganado selectivo, seleccionado, comestible. Esperando ocupar los espacios que brinda el estanciero amamanta ideas de raza y condecoraciones que terminarán en el matadero; vacío.
La cesión de y por nuestra voluntad hacia la voluntad de terceros es el mezquino silenciamiento a los desheredados; la comodidad de custodiar requerimientos que uno, erróneamente, estima propios e innatos en el ser humano íntegro.
Tras vaciar nuestra voluntad y necesidad, tanto en sociedad como en libertad, nos empapan de pertenencia y responsabilidad solidaria inducida. De esta forma, este matadero, pertenencia de unos pocos, genera una ilusión de selección, personal, a priori voluntaria, en la cual la culpa se ve compartida y satisfecha en todos y no en quienes celebran de anfitriones, quienes si se hacen responsables de mandatos y conquistas. El ganado, brillante e hinchado de orgullo, se siente selectivo y seleccionado, enamorado y correspondido, siendo parte de algo que, parece ser, más completo que el todo mismo.
Cuando pertenecemos, ciegamente, a algo, estamos discriminando todo lo que no es ese algo. El homo Deus, potencia
de Homo Natura Sapiens requiere otra característica, esa que denota su nombre, un Sabio Natural en perfecta armonía con su sabiduría bélica y destructiva, con su genética, su ser, su cuerpo, mente y energía; su conexión al todo; equilibrio.
Somos animales que se dejan influenciar por variables temporales que vuelven y revuelven el abundante pozo del reciclaje recurrente. Debemos advertir que no se ha comprendido lo eterno porque hemos dejado entrometer en nuestra cotidianeidad, inescrupulosamente, a lo efímero. Entonces, para llegar a manipular lo eterno -lo continuo, presente, cíclico en tiempo y espacio-, debemos educar sobre la cualidad, uso y abuso de lo efímero; esa gran obra donde se esconde el matadero de lo selectivo. Cuando nos atraen hacía él de forma recurrente, perdemos gran capacidad de creación y progreso real.
El ser humano suele crear en excelso cuando ve el futuro poco claro -o su ausencia-, ya que esto genera afán de nitidez en el presente al comprender la finitud de su tiempo y la incertidumbre del que vendrá. Por el contrario, cuando vemos un futuro promisorio –o la ilusión de él-, quedamos atrapados allí, quemando lentamente el presente.
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