En esta breve monografía intentaremos relacionar la figura del histōr iliádico y su mediación en conflictos sociales con la operación de la transducción simondoniana. Para ello, presentaremos una serie de paralelismos entre aspectos que consideramos semejantes en ambas operaciones: relación analógica, transformación ordenada y trascendencia.
Cuando hablamos de relación analógica, como podremos leer en el trascurso del desarrollo, nos referiremos a una relación de términos que no forman parte del mismo sistema natural de existencia y que, por dicho motivo, precisarán cierta maniobra mediática. Esta mediación precisará, a su vez, ser llevada a cabo de una forma específica y ordenada para permitir la emergencia de nuevas dinámicas que haga posible su trascendencia, es decir, una superación o desdiferenciación de estados previos para alcanzar una configuración común.
Usaremos como fuentes principales el texto «El saber ‘histórico’ de la antigua Grecia: una reconsideración de la figura del ἵστωρ iliádico» de Basile (2011) y «Allagmática» (2015) y «Forma, información y potenciales» (2015), ambos presentes en «La individuación a la luz de las nociones de forma y de información», tesis primaria del filósofo francés Gilbert Simondon.
En su trabajo titulado «Forma, información y potenciales» (2015), reflejo de una conferencia pronunciada en la Sociedad Francesa de Filosofía en 1960, Gilbert Simondon describe a la operación transductiva como el proceso mediante el cual una estructura se propaga, extendiéndose en un campo de manera progresiva, a partir de un germen estructural. Nos dirá que, para ello, será necesario que el campo se encuentre en un estado metaestable, con energía potencial que podrá ser liberada, solamente, por el surgimiento de una nueva estructura. Esta nueva estructura manifestará, a su vez, nuevas cualidades y relaciones que no estaban presentes en la estructura inicial y que contribuirán en su proceso de diferenciación y desarrollo con el potencial de llevar adelante adaptaciones más eficientes, complejas, diversas, innovadoras. Será «la energía de metaestabilidad del campo, por tanto de la materia, la que permite a la estructura, por tanto a la forma, avanzar» (Simondon, 2015, pág. 483). En la transducción, escribe Simondon, la información será la dirección organizadora, no reversible, que emana del germen y se apodera, poco a poco, del campo. En el mencionado fragmento realiza analogías varias para con el germen como emisor o forma y al campo como receptor y materia. Finalmente, el límite entre estos dos elementos, es decir, germen (emisor o forma) y campo (receptor o materia), actuará como un modulador o relevo amplificador. Sin dudas, las continuas analogías presentadas a lo largo de la literatura simondoniana nos facilita pensar sus conceptos no como términos fríos o terminantemente estables, sino como operaciones epistemológicas; palabra viva.
En resumidas cuentas, podemos entender a la transducción como una transformación en el cual las condiciones de un sistema cambian gradualmente a medida que interactúa con su entorno o contexto, implicando una especie de resonancia o influencia mutua entre el sistema y su entorno. Información, energía o influencias presentes en el entorno de un sistema, repercutirían en su interioridad y viceversa.
Llevando estos conceptos a lo viviente/individuo, en cuanto a la individuación como proceso fundamental en el cual los seres y los sistemas se diferencian y se desarrollan a través de interacciones con su entorno, Simondon remarcará que debemos retener la idea según la cual una desdiferenciación del campo es necesaria para que una nueva estructuración pueda llevarse a cabo:
«hace falta un campo que exteriormente se desdiferencie puesto que interiormente y esencialmente se potencializa; ese campo sería quizá el que corresponde a la materia aristotélica, el cual puede recibir una forma. El campo que puede recibir una forma es el sistema en el cual energías potenciales que se acumulan constituyen una metaestabilidad favorable a las transformaciones».
(Simondon, Forma, información y potenciales, 2015)
Esta suerte de indeterminación, maleabilidad o juego del entorno donde nos encontramos inmersos, potencializa, activa y despliega nuestras capacidades internas, permitiendo reorganizaciones, relaciones, perspectivas e interacciones que podríamos no haber advertido debido a rigideces determinísticas del entorno. Una apertura con cierta carga de indeterminación en el par individuo-mundo, donde elementos que antes estaban presumiblemente diferenciados comienzan a mezclarse o a perder condiciones clara y evidentemente diferenciadas, puede conducirnos a una expansión y enriquecimiento, no solo a un nivel individual, sino también comunitario, social; epistemológico.
Sobre el final de conferencia que hemos mencionado, nos encontramos con una posible aplicación de esta, en palabras del filósofo francés, «doctrina» a la génesis del pensamiento. A modo introductorio, mencionará la «reduplicación de experiencias». Podríamos vislumbrar a esta reduplicación de experiencias como un proceso de acumulación y superposición de vivencias o participaciones activas que, al cargarse de parcialidades construidas en base a diferentes perspectivas de un mismo objeto, no solo contribuyen a nutrir el reconocimiento de lo semejante en la diversidad, sino a reconocerlo de forma íntegra, prudente, eficiente.
Podemos nutrir esta noción con un pasaje platónico. (Siempre hay un pasaje platónico.) En «La República» (Platón, 2011), pasaje 436b-e, Sócrates afirma que «una misma cosa nunca producirá ni padecerá efectos contrarios en el mismo sentido. De modo que, si hallamos que sucede eso en la misma cosa, sabremos que no era una misma cosa sino más de una». Inmediatamente después, ejemplifica, en segunda instancia, con un trompo girando sobre eje: dependiendo de la referencia, conforme al eje o su circunferencia, sería posible afirmar que se encuentra quieto y en movimiento al mismo tiempo; el trompo parecería estar experimentando estados contrarios. La resolución de la supuesta paradoja nos revelaría la existencia de diferentes planos. Así, la discusión parecería ser una suerte de entificación de estados abstractos; fraccionamiento deliberado. La perspectiva diversifica, distingue e identifica lo mismo y semejante, debemos ver de diversos modos. Tenemos: eje, circunferencia y trompo. Tenemos quietud y movimiento; tenemos un trompo.
Cerrando estos conceptos, podemos tener en cuenta la recomendación socrática: «partamos de la base de que lo dicho es así, y avancemos, conviniendo en que, si se nos aparece algo distinto, todas las conclusiones que de allí extraigamos carecerán de validez» (437a).
Es muy interesante la etimología del latín medium, abarcando tanto una noción topológica, a veces necesaria y materialmente determinada, tal entorno circundante con rasgos neutros o nutritivos, como la idea de ser un conector o intermediario entre diferentes elementos, siendo simple espacio entre ellos o un canal o formato determinado por donde pasan señales, ondas, fuerzas2. Esta dualidad topológica de abrigo y conductor interactivo es fascinante. Sustancia y agencia. Desde una perspectiva relacional, otra manera de pensarlo podría tener como base la mención platónica del término medio entre dos números como aquel que tiene la misma relación con un extremo y el otro, relacionándose, a su vez, uno con otro a través de dicha relación mediática. Dirá Sócrates que, «puesto que el medio se ha convertido en principio y fin, y el principio y fin, en medio, sucederá necesariamente que así todos son lo mismo y, al convertirse en idénticos unos a otros, todos serán uno (Platón, Tim. 32a)».
Podemos sumar una primera dimensión social a este concepto de mediación desde la definición de «símbolo»3. Al respecto, podemos encontrar en el reputado diccionario de Liddell, Scott y Jones (LSJ), que, sýmbolon, se referiría a cada una de las dos mitades o piezas correspondientes a un objeto, que dos personas rompieron entre sí, conservando cada parte una pieza, para tener prueba de la identidad del otro4. Así, al ser presentada una parte de esta «contraseña» dual, la segunda debería coincidir con aquella y, solo en ese momento, la conexión se hacía explícita. La mediación producida desde la unión o relación efectiva de las partes, reestablece la pertenencia: el medio, en cuanto une a los extremos, trae a presente lo pactado; el pasado se proyecta y encarna en el presente.
Pasando a otro grado de dinámicas humanas, teniendo como agente ya a un individuo, podemos relacionar esta idea de mediación con el médium del espiritismo decimonónico. Esta doctrina tiene como principios la férrea creencia en la inmortalidad del alma, la presencia de espíritus en el plano corporal y la relación de estos con las personas vivas5. En dicho contexto es que aparece la figura del médium, una persona con una sensibilidad tal que le brinda la facultad de mediar entre lo viviente y los espíritus desencarnados. El médium será sustancia y agente en la relación de estos planos disparejos o redes etéreas que nos rodean. Si bien no comparten doctrinas filosóficas y tanto la cosmovisión histórica como su misma validez o impacto podrían ser visiblemente en extremo disímiles, podemos continuar en una línea semejante, al menos operacionalmente, si avanzamos sobre las características de otra figura popular: el «chamán»6. Tomando en un primer momento como base el chamanismo tradicional tunguso (o siberiano)7, se podría afirmar que, el chamán, dominaría los espíritus y «siendo humano, logra comunicarse con los muertos, los demonios y los espíritus de la Naturaleza, sin convertirse por ello en un instrumento suyo» (Carbonell, 2003). Luego, pasando a un contexto amerindio, encontramos en Scuro (2018) un breve repaso por el fertilísimo punto de vista de Carneiro da Cunha donde, tras conceptualizar al chamán como aquél capaz de comprender la lengua universal, realiza una creativa unión con la preocupación de Walter Benjamin por la incapacidad del lenguaje para rescatar el sentido original de las palabras, siendo la traducción, siempre una reinterpretación. En dicho contexto el autor enfatizará que «el lenguaje de las palabras parece ser siempre una profanación de esa experiencia que proviene de otro orden, de otro lenguaje» (Scuro, 2018, pág. 271). Así, de esta unión conceptual, el chamán podría ser identificado con el traductor.
Operaciones de mediaciones divinas o cuasi divinas, en las cuales también estamos en condiciones de cuestionar sentidos originales o reinterpretaciones, podrán ser encontradas en la amplia y reconocida figura del «profeta». Magnin (2023), de forma amena y sirviéndose principalmente de fuentes hebreas y cristianas, llevará a cabo un recorrido por dos acepciones etimológicas de dicho concepto. Al referirse a los profetas, afirmará el teólogo pop argentino, la cultura hebrea lo hace con el término de «Nabí». El nabí será aquel que recibe un mensaje y lo comunica fielmente sin ejercicio de metabolización alguno. Un ejemplo de ello lo podemos encontrar en Ex.4 14:16, donde Moisés «pondrá en la boca las palabras» a Aarón. El ejercicio de estos mensajeros, que ponían su cuerpo para transmitir, en ocasiones la voz de Dios, a diferencia de lo que se suele concebir como profético, no se centraba en la práctica adivinatoria o anticipatoria: solo el 5% de los escritos proféticos en el antiguo testamento tienen esta característica (Magnin, 2023). Sin embargo, el término fue traducido al griego como «prophétes», tomando connotaciones propias de esta cultura. Magnin nos señalará que los griegos «veían a los profetas, sobre todo, como intérpretes, como traductores para leer la curiosa voluntad de los dioses»8. Hay mucha literatura sobre el tema, siendo mencionados en ocasiones como sacerdotisas o sacerdotes y en relación con el oráculo de Delfos. Esta diferencia será sustancial en el desarrollo de estas páginas.
Finalmente, tomaremos brevemente el texto «El hacer del Canto» de Cacciari (El dios que baila, 2000). En él, tras desarrollar conceptos platónicos presentes en el «Sofista», el autor nos habla de la «mentira» o phántasma del arte9 en términos de manía. Phántasma es utilizado en dicho diálogo platónico para referirse a producciones que no son reales y, en esta presentación de Cacciari, se relaciona directamente con una espacie de locura (manía). Según Platón, dirá el autor en cuestión, el arte del pintor o el poeta épico-trágico deberá ser rechazado «en tanto que simula y engaña y cuyo juego consiste en conferir una consistencia real a puras apariencias» (pág. 22): las creaciones de esta techné hacen vacilar entre lo que es y lo que no es. El arte, se aleja del hacer común a los hombres y dioses, es decir, se aleja de la esencia de lo realmente mimético10. Más adelante, se nos informará de dos clases de delirio (manía), uno, causado por enfermedades humanas, otro inspirado por dioses. Este último sería el caso de la profetisa «habitada por el dios» o las Musas: «el sujeto se retira, se transforma en el vacío mismo de la abertura a través de la cual el otro dicta» (pág. 30). La operación de este poeta no será más que una repetición, sin intención proyectiva, solo de acuerdo con esa voz y, por ello realmente con nada. De esta forma, si bien puede considerarse una mímesis, al trascender toda medida, utilidad y toda techné normal (pág. 32), pierde el hacer común con otros individuos humanos. En los siguientes páginas, Cacciari realiza un notable desarrollo que contrapone el potencial anticipatorio o adivinatorio de lo humano con el de Apolo, símbolo de inspiración profética y artística. En este sentido, recordemos que uno de los oráculos más renombrados de la antigüedad, el de Delfos, estaba consagrado a su figura. Podremos leer que, el dios griego, implacablemente virtuoso con el arco, alcanzará el «blanco con una “precisión” de la que la palabra nunca será capaz – su flecha está “ya” en el blanco incluso antes de ser arrojada» (pág. 45); Apolo, «dios de la distancia»11, mediatizado por su flecha, revelaría la «miseria» humana. Recordemos lo mencionado más arriba, evocando a Benjamin, en cuanto a la incapacidad del lenguaje para rescatar el sentido original de las palabras. En nuestro contexto, estas manías y literaturas oraculares podrían ser concebidas como relaciones desestructuras que generan, desde un gran margen de indeterminación, al entrar en contacto con el hic et nunc (literalmente, aquí y ahora, también lo podemos asociar a un presente continuo), efectos y correlaciones. Sería desafiantemente fructífero un desarrollo de esta perspectiva socorrida por el estudio del «I-Ching» llevado a cabo por Jung, el de otras técnicas de adivinación y trazas donde, no solo el azar, sino también la «magia» parece ser quien desenrolla los hilos de las continuidades. Cuando decimos magia, podríamos suponer trazas de las que hemos perdido el rastro, incluso memorias, plegadas somáticamente, del tipo habitus bourdieano. Tampoco sería descabellado asociarlo con la realidad epistemológica detrás de la búsqueda de una «acción fantasmal a distancia», para con el entrelazamiento cuántico, como conexión invisible, más allá del tiempo y el espacio, de Einstein12.
En esta sección hemos recorrido el concepto de «medio» tanto en sentido topológico como el de agencia, haciendo énfasis en diferentes perspectivas y figuras. Pongamos especial atención en la idea de conservar un «hacer común a los hombres y dioses» platónico donde las deidades parecen utilizarse como legitimación de cierta perspectiva o hegemonía. No olvidemos que fue en Delfos donde, respondiendo a una consulta de Querefonte, el Oráculo afirmará que no había nadie más sabio que Sócrates. De hecho, Platón, pondrá la narración de este momento, en el dialogo «Apología», en la boca del propio Sócrates, invocando como testigo a Apolo: «De mi sabiduría, si lo es, y en qué consiste, os presentaré como testigo al dios que está en Delfos» (20e3-8). Todo parece indicar que será en la interpretación y su acción moduladora la clave y el terreno del, sin miedo a exagerar, todo el pensamiento filosófico occidental posterior. El fin, presentado de forma noble, sería la búsqueda de koinōníā entendida como comunidad, participación, unión, relación, participación en lo común y, especialmente en su adopción cristiana, comunión13. Justamente, en nuestros días, está muy de moda la palabra «idiota», tirando de su uso en la antigüedad, para calificar a aquel que no participa de los asuntos públicos.
En Anales de Filología Clásica Nº24 nos encontraremos con un texto de Basile que nos invita a recorrer la figura del «histōr iliádico». En el mismo leemos que cuando se originaba un litigio de difícil resolución, las partes solicitaban la intervención de dicha figura para obtener un término (peírar). Un ejemplo de ello lo podemos encontrar en la «carrera de carros» de la Ilíada (XXIII, 488-508), donde Agamenón se investiría como tal. Basados en la lectura de dicho canto, podemos deducir que el histōr debería contar con cierta autoridad inter pares y actuar dentro de un fuero más bien contingente que institucionalizado. Mientras avanza la indagación de Basile, comprendemos que el histōr parecería ser más que un testigo, pero menos que un juez. Su cualidad central sería la de atestiguar o dar fe de lo sucedido, preservando el logos del olvido. Contrariando la sugerencia etimológica, el histōr no tendría necesidad de una observación directa: «su atribución radica, más bien, en una potestad in praesentia de dar fe (rubricar/atestiguar) en virtud de su capacidad privilegiada de “oír” en circunstancias y de modos diversos» (pág. 13). Enfatizo: será la preservación o resguardo del logos lo que le permitirá determinar la verdad. En este contexto, la alétheia no se contrapone a la falsedad, sino al olvido (lethe) (pág. 40).
El olvido, podemos deducir, no permitiría recrear lo real. En consonancia, hoy se plantea que la entropía, como medida de la información perdida en la evolución de un sistema, aumenta en situaciones donde esto sucede, donde no hay reversibilidad. Las consecuencias del olvido no son para nada menores: si todo se sumiera en él, habría necesidad continua de génesis desde cero. Retrotrayendo lo desarrollado con respecto a la manía, en un escenario que revista sus modos de interacción, la recreación que extiende espacios, se vería perdida. Es la preservación, al menos parcial, que las prácticas cuentan con la estabilidad necesaria para permitirnos su reproducción o continuidad. No hablamos solo de un aspecto mecánico o algorítmico, sino también, como es en este caso, de la koinōníā. En la resolución de conflictos sociales existen determinadas características de las partes o estructuras que deben preservarse, legitimándose en su trascendencia individual, pero transformándose y adaptándose a la vez para no llevar, como veremos más adelante, a escenarios teratológicos.
La indagación en base a los «testimonios» preservados, nos revela las intersecciones comunes tal como podría manifestarse una pirámide en punta a un agente 2D: primero un punto, luego un pequeño triángulo que aumenta de tamaño hasta desaparecer. Sin un ejercicio de registro-logos, hacer-común, más allá de posibilidades de reconstrucciones mentales, al igual que la participación de ciertas ideas en nuestra cultura, sería impracticable: las figuras planas se sucederían sin comprender o suponer que conforman algo más y la estructura se desvanecería o se nos mostraría inexplicablemente cambiante.
En sus consideraciones finales, el autor reflexiona:
«La presencia del histōr permite una mediación en un conflicto de intereses en la medida que detiene en el presente (en forma de “testimonio”) dichos del pasado, preservándolos y proyectándolos hacia el futuro, cuando será finalmente dirimidos. Es decir, la intervención del histōr introduce las tres dimensiones temporales – pasado/presente/futuro- en el continuo presente (potencialmente violento) de la oralidad».
(Basile, 2011, pág. 41)
En primer lugar, debemos remarcar que la mediación del histōr se ejerce, no como preservación infundada, sino tras una racionalización de incompatibilidades, desvinculando supuestos hechos del hic et nunc incompatibles o que se han preservado de forma irregular. En acto presente, nuestra figura metabolizaría el flujo temporal relativo de las partes, deteniendo o rompiendo dicho hic et nunc, ralentizándolo para reinsertarlo en una indagación pormenorizada posterior. El histōr media en operación semejante al símbolo partido que hemos mencionado más arriba en este mismo texto: regulariza y define, por su autoridad y capacidad, las preservaciones o perspectivas disímiles. Cosmos; turbación, logismos, término. Es sugestiva la intención de definir conflictos o reconducir la temporalidad en comunidad.
Adentrándonos al proceso en sí, podríamos realizar, también, cierta analogía con la disparidad binocular que tantas veces trae a colación Simondon. Recordemos que, de ella, tras operar sobre el grado de no-coincidencia, resultará el escalonamiento de los planos y la percepción 3D: «incompatibilidad y sobresaturación resultan evitadas si descubrimos la dimensión de desvinculación de los planos en profundidad» (Simondon, 2015, pág. 506). Es tarea del histōr descubrir esta dimensión de desvinculación entre los diferentes ejercicios de temporalidad que deberá identificar, diferenciar y desdiferenciar para su procesamiento y posterior amalgamación en una configuración común; colapso de una superposición de ejercicios temporales que se tornaron incompatibles, metaestables. Neguentropía: manotazos que buscan escapar o revertir la inexorable segunda ley de la termodinámica14.
En nuestros tiempos, ligados al análisis de Agamben en su libro «Estado de excepción» (2019), se torna sumamente interesante ahondar en este tipo de instancias de contingencia. El status necessitatis15, escribirá Agamben, tanto en la forma de estado de excepción como en la revolución, se presenta como un umbral en el cual hecho y derecho se vuelven indecidibles (pág. 72). Hablamos de umbrales de indecidibilidad en el cual ius y factum, nomos y vida, se confunden el uno con el potro. Luego, bastante más abajo en el texto, tras anunciar al estado de excepción como el punto máximo de tensión entre dos fuerzas opuestas en el campo cultural, una que instituye y pone y otra que desactiva y depone, el autor sentenciará que «la articulación entre vida y derecho, anomia y nomos producida por el estado de excepción es eficaz pero ficticia» (pág. 164), siendo, lo anterior a esta distinción, inaccesible fuera de la ficción de su articulación. La posibilidad de distinguir anomia y nomos es dada, justamente, por su articulación y por el trabajo que, desenmascarando esta ficción, separa lo que se había pretendido unir. Al respecto, nos advirtió Platón: «todo lo atado puede ser desatado, pero es propio del malvado el querer desatar lo que está constituido de manera armónicamente bella y se encuentra en buen estado» (Tim. 41a-b); diábolo, símbolo. Mientras tejemos, a posteriori, la nuda vida, physis pura, sin nomos, se comienzan a resquebrajar los comportamientos que han sido tallados y demarcados en piedra, metabolizaciones concretizadas de la contingencia. La articulación se ejerce, en este contexto, como factor de emergencia, permitiendo la observación y distinción de formas, anteriormente, inaccesibles, tal instrumento de nitidez en la resolución angular16.
En el prólogo de «El Modo de existencia de los objetos técnico» (Simondon, 2018), Rodríguez explicita, define y diferencia conceptos de los que podremos servirnos:
Concretizar es, como individuar, resolver una tensión existencial, que en el caso de lo técnico es una dificultad de funcionamiento. Concretizar es tender un puente entre la evidente actividad artificializadora del hombre y lo natural. El objeto o sistema técnico concreto, esto es, resultante de un proceso de concretización, adquiere una autonomía que le permite regular su sistema de causas y efectos y operar una relación exitosa con el mundo natural. Lo artificial es aquello que, una vez creado y objetivado por el hombre, todavía requiere de su mano para corregir o proteger su existencia.
(Rodríguez, Simondon, 2018)
Así, acoplando lo escrito por Agamben con estos conceptos, podemos esbozar que la figura del histōr, si bien parece tender hacia la concretización, es, en realidad, un lazo artificial que precisa de mediación continua y, consideramos, debe permanecer de dicha forma para, como menciona Rodríguez en este tipo de relación, corregir o proteger su existencia. El histōr modularía cierta «reduplicación de experiencias» dentro de un marco común, antropomorfo, racionalizable. Así, la cristalización de los hechos en una inserción temporal tridimensional, marco en el que las experiencias pueden ser compartidas y comprendidas, estructuran los potenciales latentes de las partes en conflicto. Estas, como en el símbolo, se reconocen iguales ante él, extinguiendo figuras intermediarias supraterrenales o transdimensionales, pero no su función de religo; en situaciones de contingencia, este reduccionismo del hic et nunc, es eficiente y permite la supresión de complejas dimensiones adicionales. Lo mediado por el histōr, a diferencia del médium, chamán, el nabí o el poeta, se teje en estructuras que colapsan superposiciones vivenciales, parcialmente construidas, en base a diferentes perspectivas dentro de un marco determinado; emergencias status necessitatis. Lo mediado por el histōr no es solo el conflicto, sino, principalmente, la potencialidad o proyección futura de las cargas de naturaleza, indeterminaciones individuales, que ponen en riesgo la koinōníā y su trascendencia en la génesis continua del hic et nunc.
En este contexto, uno de los aspectos cruciales del conflicto radica en la tensión entre, por un lado, la direccionalidad entrópica del tiempo, tal lethe, a la que como individuos indeterminados debemos adaptarnos. Por otro lado, la reducida área de intercambio que, tras la acción de preservación del histōr, se expande tal alétheia. En un primero momento podemos pensar esta función desde la unión de las partes del símbolo, en cuanto limite concordante. Luego, de manera análoga a cómo sucedía en la transducción simondoniana donde el límite entre el germen estructurante y el medio metaestable actúa como un modulador, aquí, el límite modulador es ampliado por el acto de preservación. Nuestra interpretación sugiere que esta ampliación permitiría una función inventiva de anticipación más eficiente, «que no se encuentra ni en la naturaleza ni en los objetos técnicos ya constituidos», siendo solidaria con el autocondicionamiento de los esquemas, en este caso, temporales (Simondon, 2018, pág. 77). En consonancia, el olvido parece jugar un papel crucial para nuestra adaptación a la complejidad con el entorno, en cuanto múltiple y en continua transformación, y su direccionalidad. Sera relevante recordar el papel que Simondon atribuye a la información como dirección organizadora de la transducción.
Vale la pena hacer un breve asterisco en este punto: que el marco sea antropomorfo podrá traer graves y urgentes inconvenientes con nuestro entorno natural como los que se tratan en áreas del conocimiento ecológicas o socioambientales. Esto podría profundizarse con el concepto de medio tecnogeográfico en Simondon (2018, págs. 71-ss).
Para finalizar esta sección, es evidente que podemos reconocer la legitimación del histōr en ciertas coacciones jerárquicas o relaciones tecnificadas, «talladas en piedra». Sin embargo, este tipo de mediación aún contiene una carga de naturaleza que abraza la resonancia del individuo, tanto consigo mismo, como con sus pares. Por eso, hablar de concretización eliminaría dicho factor viviente y natural en su mediación. Esto se alinea con aquello que Agamben describe como lo que se torna indecidible y que hemos enlazado con las palabras de Rodríguez sobre la artificialidad y su necesidad de corrección y protección; aquello que descubrimos entre capas de articulaciones y representa el potencial que hace posible la individuación y la comprensión de un devenir entrópico en constante devenir.
Desde esta perspectiva, solo a modo de presentación sin profundizar demasiado, hablar de concretización en la experiencia humana, perceptiva y cognitiva, podría equiparar estos procesos con la inteligencia artificia. Luego, desde esta perspectiva, no sería difícil examinarlos a la luz de la reveladora sentencia simondoniana que advierte: «No es contra la máquina que el hombre, bajo el imperio de una preocupación humanista, debe revelarse; el hombre solo está sometido a la máquina cuando la máquina misma está ya sometida por la comunidad» (Simondon, 2015, pág. 468). En este sentido, la condición de existencia de tal herramienta podría ser la alienación, detentada, de nuestra «inteligencia», en cuanto a cualidad agencial de separar y escoger entre varias opciones. No es menor que la existencia de opciones, necesariamente, debe referir a cierta acumulación o apertura que permitan la emergencia de las mismas; una comunicabilidad que debemos cuidar, actualizar y proteger17.
Todo puesta en común comunicable, inteligible y/o reproducible, parece necesitar cierta renuncia, límite; peîrar, lethe. Lo importante será traer a presencia que estas herramientas o estructuras, aún en intermediarios vivientes como el histōr, median de manera artificial con nuestra carga de naturaleza individual. Entonces, la racionalización o medida común deberá ampliar su rango de indeterminación para respetar divergencias. De lo contrario, seguiremos envueltos en una sociedad que opera con sus pares como Procusto, aquel posadero del Ática que, tan amablemente, ofrecía su lecho a los viajeros para, posteriormente, estirarles o amputarles partes del cuerpo que no encajaran en el mismo.
Avanzando sobre la naturaleza de la articulación mediadora del histōr, podemos clarificar conceptos a través de la siguiente cita de Simondon:
«El pensamiento analógico establece una relación entre dos términos, ya que el pensamiento es una mediación entre dos términos con los cuales tiene, separadamente, una relación inmediata […] el pensamiento deviene el metaxú18 operatorio de seres sin relación ontológica ya que no forman parte del mismo sistema natural de existencia».
(Simondon, Allagmática, 2015, pág. 475)
Comencemos por aclarar que, si bien comparten modos muy similares, nuestras experiencias perceptivas e interactivas individuales, no forman parte del mismo sistema natural de existencia. Al menos desde un punto de vista de estructuración interpretativa, incluyendo preservaciones y olvidos. Luego, como hemos visto, las tres dimensiones temporales que el histōr introduciría -o reintroduciría- al hic et nunc, no serían resultado de la observación directa, sino de una búsqueda de ratio y preservación del logos gracias a su capacidad de oír de modos diversos. Como bien explicita Simondon, «la operación es un metaxú entre dos estructuras y es sin embargo de una naturaleza distinta que toda estructura» (2015, pág. 472). Las experiencias individuales que se han vuelto metaestables se transforman y relacionan nuevamente con la koinōníā a través de la mediación del histōr; en cierto sentido, la modulación de del histōr transformaría la energía de las acciones y experiencias individuales en una estructura organizada y comunicable19 para luego, desmodular dicha estructura en energía común.
Así, relacionando el supuesto «corte en el “eterno presente” de la oralidad» que menciona Basile (pág. 41) con el metaxú aludido por Simondon, podemos encontrar una interesante conexión: en esta modulación de ejercicios o experiencias individuales incompatibles que el logismós del histōr compatibiliza, en realidad, no hay corte alguno, la temporalidad continúa operando en el histōr en cuanto «ámbito de convertibilidad» (Simondon, 2015, pág. 478). Nuestra figura iliádica opera como un black box computacional. Aquello que se siente como un corte, y lo es para la gran mayoría de sus pares, es una readaptación de esquemas en la cual, ciertos contenidos, elementos y acciones, resultarán, al menos parcialmente, reincorporados. El pliegue o salto, se fusiona en el horizonte del histōr.
Ahora, en tiempos donde la realidad comienza a medirse y traducirse algorítmicamente, sin admisión de pliegues operacionales, debemos encontrar que, la articulación del histōr, si bien eficaz, es una ficción, una articulación imaginaria que dirime algo que no lo es. Lo que se transduce en el pensamiento del histōr, como hemos dicho, es la proyección futura de las cargas de naturaleza o indeterminaciones individuales en una dirección o rango de acción específico. La información que hoy recibimos y procesamos, en ocasiones editadas, moderadas y compiladas, así como los medios o intermediarios que nos brindan diferentes alternativas de relacionarnos, también20.
Este movimiento cognitivo de imaginario eficaz guarda similitudes operacionales con la introducción de, justamente, la unidad imaginaria (√ (−1) o «i») en matemáticas o física: aceptando su existencia, resolvemos muchos problemas. «i», sirviendo de andamiaje imaginario, nos permitirá acercarnos a lo real o, al menos, a una secuencialidad coherente. Artificio conceptuoso; la diversidad y distinción nos permiten acceder a los principios explicativos de la variedad y el movimiento (Covarrubias Correa, 2016). Lo imaginario media, permitiendo la construcción de configuraciones de sentido y modelos conceptuales.
Cerrando esta sección, podemos reconocer, claramente, tres condiciones en la operación del histōr: un conflicto entre pares, una mediación y capacidad real de dar término al conflicto en búsqueda de koinōníā. Estas tres condiciones se podrían relacionar, operacional y respectivamente, con las tres condiciones propuestas por Simondon para la transducción: un medio en estado de sobrefusión o sobresaturación, la incidencia en ese medio de un germen estructurante y una relación de comunicabilidad para que dicho germen puede propagarse. Entonces, el histōr, desencadenando procesos de diferenciación y organización, introduce una nueva dinámica que permite la emergencia o regreso de la koinōníā. No cualquier mediación dará término al conflicto, sino que, como en la relación germen – campo, debe existir una relación analógica entre las estructuras latentes en el campo y la estructura provista por el agente para evitar una desadaptación.
El histōr, eje de esta sección que termina, parecería jugar con cierta paradoja en su actuar, siendo capaz de apreciar, a través de una acumulación indagatoria, la pronoia21 de los hechos en conflicto desde un ejercicio temporal posnoia para proyectarla hacia el futuro. (Fíjese que, por el momento, evitamos la noia en tanto para; delirio.) Al no suceder en un terreno ontológico común, se evita la contradicción o paradoja temporal. Si bien la incidencia de la preservación nos brinda la posibilidad de comparar, organizar y condensar, manifestándonos una trama secuencial, en realidad, su naturaleza sería cuántica. Lo dicho: el pliegue o salto, se fusiona en el horizonte del histōr. Los puntos de indecidibilidad, estados fusionales, superposiciones de temporalidades y perspectivas, colapsan en su estructuración común. De cierta forma, la inteligencia o ratio, persuade a la necesidad.
No se niega la continuidad, sino que se reconoce cuantificada. Por momentos, tal vez inducido por articulaciones ficticias pero necesarias, el sentido común parecería contar con una ilustración errónea del fenómeno real22. Creemos que, este tipo de articulaciones, podrían ser viables también en nuestro tiempo, más aún con nuestras tecnologías sociales. La pronoia histórica actúa como una armonización indagatoria. En forma de conductas de anticipación, el presente colapsa en el pasado y el futuro nunca llega23. La medida puede entenderse como un colapso en restricciones y configuraciones comunes en las cuales el estado más probable se evita por una construcción epistemológica de logismós proyectivo; neguentrópico. El metaxú operatorio, en irracionalidad ontológica, se funde como dýnamis metaestable que permite la continuidad energética de los grupos sociales post conflicto. Lo preindividual24 toma atajos abrazando elementos imaginarios, potencialmente técnicos, perfeccionables.
Cerraremos el desarrollo con otra cita simondoniana con la cual nos permitiremos cierta flexibilidad poética de interpretación:
«El más fiel amplificador es el que tiene un rendimiento energético muy uniforme e independiente de la escala de frecuencias; no favorece a ninguna, no impone ninguna resonancia, ninguna estereotipia, ninguna regularidad preestablecida en la serie abierta de señales variadas que debe transmitir».
(Simondon, 2018, pág. 151)
De aplicar a escalas algorítmicas este concepto de «ámbito de convertibilidad» o metaxú, si aún no se está haciendo al menos de forma menos efectiva, debemos evitar posibles alienaciones. Una de las propuestas será ampliar el límite de modulación para incluir y diversificar nuestros patrones epistemológicos. Como hemos dicho, la aparición inteligencias artificiales que simulan relaciones epistemológicas, tales como ChatGPT, nos pone de sobre aviso.
A lo largo de este breve trabajo, hemos explorado la figura del histōr iliádico como mediador en conflictos contingentes. Hemos analizado cómo su función de preservación y racionalización de incompatibilidades se asemeja a la noción de transducción simondoniana.
Iniciamos con un repaso acerca de la operación transductiva abordada por el filósofo francés Gilbert Simondon, detallando sus rasgos operativos y elementos esenciales. Luego, bajo la luz de su conferencia «Forma, información y potenciales» (Simondon, 2015), hemos trasladado estos conceptos a lo viviente, en cuanto individuación, como proceso fundamental en el cual los seres y los sistemas se diferencian y desarrollan a través de interacciones con su entorno. Referenciados con la mencionada y memorable conferencia, también hemos reconocido su posible aplicación a la génesis del pensamiento.
Antes de pasar a la figura principal de nuestro texto, hemos creído necesario introducirnos, en un primer momento, en el concepto de «medio», remarcando cierta dualidad topológica de abrigo y de conductor interactivo. Entonces hicimos un breve repaso, no exhaustivo, de otras figuras que podrían ser consideradas «moduladores». El símbolo ha sido un elemento que nos ha ayudado constantemente en nuestro desarrollo, tomando como ejemplo su ruptura, mejor dicho, la coincidencia de su ruptura como santo y seña. De allí, extendimos las dinámicas y «responsabilidades» humanas desde simple partes involucradas, pasando a conductores pasivos, hasta operadores lógicos o analógicos. Para ello, repasamos figuras populares tales como: el médium, el chamán, el nabí y el profeta, intentado abarcar diferentes peculiaridades moduladoras, comprendiendo filosofías de corte animista, monoteístas y ejercicios new age. Repito, la intención nunca fue exhaustiva, sino buscar puntos en común.
Así, tras introducir al histōr y estimar que, gracias a su capacidad de observar de maneras diversas, podía preservar testimonios del olvido en un «formato temporal triádico», es decir, comprendiendo pasado, presente y futuro. Es preciso recordar que, en el contexto del que hablamos, la verdad o alétheia se contraponía al olvido o lethe. Esta capacidad de preservación le permitiría, siempre en situaciones de contingencia, encontrar un límite a los conflictos y restaurar la koinōníā, operando en el espacio intermedio entre las partes y estableciendo cierta continuidad moduladora. Luego, al concientizarnos de los estados de excepción de los que alerta Agamben (2019), hemos traído a colación su concepto de articulación ficticia entre nomos y vida para enlazarlo, posteriormente, con el de «metaxú», desde la óptica simondoniana. Entonces, hemos concluido que, la operación del histōr, difiriendo a lo planteado por Basile (2011), no reviste corte alguno en el tiempo, sino que la temporalidad continúa operando en élen cuanto «ámbito de convertibilidad». Nuestra figura iliádica operaría como un black box computacional, plegando temporalidades en los demás actores.
Hemos logrado responder a nuestra hipótesis inicial al mostrar cómo la figura del histōr como mediador en conflictos sociales se relaciona con la operación de la transducción simondoniana. Esto nos ha permitido comprender mejor cómo, la preservación y el olvido, junto a un metaxú operatorio, a través de articulaciones ficticias pero necesarias, permiten la continuidad energética de los grupos sociales post conflictos, muchas veces, originados por el influencia de la misma entropía sobre las cargas preindividuales de los individuos. La pronoia histórica tiene la potencialidad de actuar como armonización indagatoria. El peligro radicaría en que, quien y porque se conservarían y olvidarían los diferentes testimonios. Creemos que, este tipo de articulaciones de pliegos que ocultan parcialidades, no son exclusivas del pasado iliádico, sino que pueden ser aplicables en la actualidad, especialmente con el apoyo de las tecnologías sociales. Destacamos la importancia de ampliar los límites de la modulación para diversificar patrones epistemológicos y evitar alienaciones, como las que podrían surgir con la aparición de inteligencias artificiales como ChatGPT.
Sin dudas, la figura del histōr iliádico y la transducción simondoniana nos invitan a mirar más allá de las superficies y a adentrarnos en la complejidad de las interacciones humanas, la preservación de las mismas y la construcción del conocimiento. Al hacerlo, abrimos la puerta a nuevas perspectivas y posibilidades que pueden enriquecer nuestra comprensión del mundo que nos rodea, inspirándonos a explorar nuevas convergencias similares.
(agosto de 2023)
Agamben, G. (2019). Estado de excepción. Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora.
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